EL JOVEN ZAPHOD Y UN TRABAJO SEGURO
Una inmensa nave voladora se
movía velozmente sobre la superficie de un mar asombrosamente bello. Desde
media mañana había estado desplazándose hacia adelante y hacia atrás,
describiendo grandes arcos cada vez más anchos, hasta que finalmente atrajo la
atención de los isleños locales, gente pacífica y amante de los frutos de mar,
que se reunieron en la playa, entre cerrando los ojos ante la cegadora luz
solar, para tratar de ver qué pasaba.
Cualquier persona de
conocimientos sofisticados, que hubiera viajado, que hubiera tenido alguna
experiencia, probablemente habría observado cuán parecida era la nave a un
archivero, a un enorme y recientemente robado archivero acostado de espaldas,
con los cajones al viento y volando.
Por su parte, los isleños, cuya
experiencia era de otra clase, quedaron impresionados al ver qué poco se
parecía a una langosta marina.
Charlaban, excitados, acerca de
su total ausencia de pinzas, su rígida espalda sin curvas, y sobre el hecho de
que parecía tener grandísimas dificultades para mantenerse en el suelo. Esta
última característica les parecía especialmente jocosa. Se pusieron a dar
muchos saltos para demostrarle a esa estúpida cosa que ellos creían que
permanecer en el suelo era lo más fácil del mundo.
Pero este entretenimiento pronto
comenzó a perder la gracia. Después de todo, dado que tenían perfectamente en
claro que la cosa no era una langosta, y dado que su mundo tenía la bendición
de poseer en abundancia cosas que sí eran langostas (una buena media docena de
las cuales se encontraba en este momento en suculenta marcha por la playa hacia
ellos), no vieron más razones para seguir perdiendo el tiempo con la cosa y en
su lugar decidieron organizar de inmediato un almuerzo tardío consistente en
langostas.
En ese preciso momento, la nave
se detuvo repentinamente en el aire, se puso vertical y se zambulló de cabeza
en el océano, con un gran estrépito de espuma que obligó a los isleños a huir
gritando hasta los árboles.
Cuando resurgieron, nerviosos,
unos minutos después, lo único que pudieron ver fue un círculo de agua
suavemente delineado y algunas burbujas gorgoteantes.
Qué raro, se dijeron el uno al
otro entre bocado y bocado de la mejor langosta que se pueda comer en cualquier
parte de la Galaxia Occidental, ya es la segunda vez que sucede lo mismo en un
año.
La nave que no era una langosta
buceó directamente hasta una profundidad de sesenta metros, y se detuvo allí,
en el espeso azul, al tiempo que inmensas masas de agua ondulaban a su
alrededor. Mucho más alto, donde el agua era mágicamente clara, una brillante
formación de peces se alejó con un destello. Más abajo, donde a la luz le
resultaba difícil llegar, el color del agua se perdía en un azul oscuro y
salvaje.
Aquí, a sesenta metros, el sol
alumbraba débilmente. Un enorme mamífero marino de piel satinada pasó
perezosamente, inspeccionando la nave con una especie de interés a medias, como
si hubiese estado esperando encontrarse con algo así, y luego se deslizó hacia
arriba, alejándose rumbo a la luz rizada.
La nave esperó un minuto o dos,
tomando lecturas, y luego descendió otros treinta metros. A esta profundidad,
el panorama se estaba poniendo seriamente oscuro. Pasado un momento, las luces
internas de la nave se apagaron, y en el segundo o dos que pasaron hasta que de
repente se encendieron los reflectores exteriores, la única luz visible provino
de un pequeño cartel rosado, vagamente iluminado, que decía Corporación
Beeblebrox de Salvataje y Asuntos Realmente Disparatados.
Los enormes reflectores se
movieron hacia abajo, iluminando un vasto cardumen de peces plateados, los
cuales viraron y se alejaron en silencioso pánico.
En la tenebrosa sala de control,
que se extendía describiendo un amplio arco en la proa sin punta de la nave,
cuatro cabezas estaban reunidas alrededor de una pantalla de computadora que
estaba analizando las debilísimas e intermitentes señales que emanaban de lo
profundo del lecho marino.
- Ahí está - dijo finalmente el
dueño de una de las cabezas.
- ¿Podemos estar totalmente
seguros? - dijo el dueño de otra de las cabezas.
- Ciento por ciento seguros -
replicó el dueño de la primera cabeza.
- ¿Están un ciento por ciento
seguros de que la nave que se estrelló contra el fondo de este océano es la nave
de la que ustedes dijeron estar un ciento por ciento seguros que con una
seguridad del ciento por ciento nunca podría estrellarse? - dijo el dueño de
las dos cabezas que quedaban -. Eh - dijo levantando dos de sus manos -. Sólo
preguntaba.
Los dos funcionarios de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil respondieron a esto con una mirada muy fría, pero el hombre con el número de cabezas sin par, o más bien dicho par, no lo advirtió. Se recostó en el asiento del piloto, abrió dos cervezas -una para él y la otra también- , apoyó los pies sobre la consola y le dijo "Hola, nene" a un pez que pasaba del otro lado del ultracristal.
- Sr. Beeblebrox - comenzó el más
bajo y menos tranquilizador de los dos funcionarios, en voz baja.
- ¿Sí? - dijo Zaphod, golpeteando una lata repentinamente vacía contra algunos de los instrumentos más sensibles ¿Listos para el chapuzón? Vamos.
- Sr. Beeblebrox, dejemos una
cosa perfectamente en claro...
- Sí, hagámoslo - dijo Zaphod -.
Qué tal esto para empezar: ¿por qué no me dicen lo que hay realmente en esa
nave?
- Se lo hemos dicho - dijo el
funcionario -. Subproductos.
Zaphod intercambió consigo mismo
una cansada mirada.
- Subproductos - dijo - ¿Subproductos
de qué?
- De procesos - dijo el
funcionario.
- ¿Qué procesos?
- Procesos que son perfectamente
seguros.
- ¡Santa Zarquana Voostra! -
exclamaron a coro ambas cabezas de Zaphod -. ¡Tan seguros que tuvieron que
construir una nave que es una maldita fortaleza para llevar esos subproductos
hasta el agujero negro más cercano y arrojarlos allí! Sólo que no pudo llegar
porque el piloto tomó un desvío... ¿estoy en lo correcto?... para recoger
algunas ¿langostas...? Está bien, el tipo era muy simpático, pero... quiero
decir, bastante peculiar, esto parece un chiste, esto es un almuerzo de
proporciones exageradas, esto es un inodoro aproximándose a la masa crítica,
esto es... esto es... ¡un fracaso total del vocabulario!
- ¡Cállate! - gritó su cabeza
derecha a su cabeza izquierda -. ¡Estamos desvariando!
Para calmarse, aferró firmemente
la lata de cerveza que quedaba.
- Oigan, muchachos - prosiguió,
después de un momento de paz y contemplación. Los dos funcionarios no dijeron
nada.
Conversar a este nivel era algo a
lo que sentían que no podían aspirar
- Sólo quiero saber - insistió
Zaphod - en qué me están metiendo.
Marcó con un dedo las lecturas
intermitentes que discurrían en la pantalla de la computadora. No las entendía,
pero no le gustaba para nada su aspecto.
Eran todas confusas, con montones
de números largos y cosas así.
- Se está rompiendo ¿verdad? -
gritó -. La bodega está llena de barras aoristas radiantes epsilónicas o algo
por el estilo, que freirán todo este sector del espacio durante trillones de
años, y se está rompiendo. ¿Es así la historia? ¿Es eso lo que vamos a bajar a
buscar? ¿Voy a salir de esa ruina con más cabezas todavía?
- No hay posibilidad de que sea
una ruina, Sr. Beeblebrox - insistió el funcionario -. Le garantizo que la nave
es perfectamente segura. No es posible que se rompa.
- ¿Entonces por qué están tan
interesados en ir a verla?
- Nos gusta ir a ver cosas que
son perfectamente seguras.
- ¡Maldiiiciooooón!
- Sr. Beeblebrox - dijo el
funcionario, con paciencia -, ¿me permite recordarle que tiene usted un trabajo
que hacer?
- Sí, bueno, tal vez se me fueron
de repente las ganas de hacerlo. ¿Qué creen que soy, uno de esos tipos que no
tienen ninguna clase de no-sé-qué morales... cómo se dice... esas cosas
morales...
- ¿Escrúpulos?
- ...escrúpulos, gracias, o lo
que sea ¿Y bien?
Los dos funcionarios aguardaron
con calma. Tosieron suavemente para ayudarse a pasar el tiempo.
Zaphod suspiró algo así como
"adónde va a llegar el mundo" para autoabsolverse de toda la culpa y
se hamacó en el asiento.
- ¿Nave? - llamó.
- ¿Eh? - dijo la nave.
- Haz lo que yo hago.
La nave lo pensó durante unos
milisegundos y luego, después de verificar por partida doble todos los sellos
de sus escotillas reforzadas, comenzó, lenta e inexorablemente, bajo el débil
resplandor de sus propias luces, a hundirse en las más hondas profundidades.
Ciento cincuenta metros.
Trescientos.
Seiscientos.
Aquí, a una presión de casi
setenta atmósferas, en las heladas profundidades donde no alcanza la luz, la
naturaleza guarda su imaginería más extravagante. Dos pesadillas de treinta
centímetros de largo relucieron desenfrenadamente bajo la blanca luz,
bostezaron, y volvieron a esfumarse en la negrura.
Setecientos cincuenta metros.
Junto a los sombríos límites de
los haces de luz de la nave, cosas secretas y culpables pasaban rápidamente con
sus ojos al acecho.
Gradualmente, la topografía del
distante lecho oceánico que se aproximaba se iba resolviendo con cada vez más
claridad en las pantallas de las computadoras, hasta que por fin pudo
adivinarse una forma separada que se distinguía de lo que la rodeaba.
Era como una enorme fortaleza
cilíndrica torcida, que a partir de la mitad de su longitud se ensanchaba
notablemente a fin de alojar el pesado ultrablindaje con el que estaban
revestidas las cruciales bodegas de carga, cuyos constructores habían supuesto
que convertían a esta nave en la más segura e inexpugnable jamás construida.
Antes del lanzamiento, el material estructural de ese sector había sido
apaleado, golpeado, barrenado y sujeto a todos los ataques que sus
constructores sabían que podía soportar, con el objeto de demostrar que podía
soportarlos.
En tenso silencio de la cabina de
mando se agudizó de modo perceptible cuando quedó claro que era ese sector el
que se había partido bastante prolijamente en dos.
- En realidad es perfectamente
segura - dijo uno de los funcionarios -, está construida de modo tal que si la
nave se rompe, no hay ninguna posibilidad de que las bodegas de carga se
fisuren.
Mil ciento sesenta y cinco metros.
Cuatro Trajes Inteligentes Alta-Pres-A
salieron lentamente por la escotilla abierta de la nave de salvataje y nadaron
a través la cortina de luces hacia la monstruosa figura que se destacaba
oscuramente contra la noche marina. Se movían con una especie de gracia torpe
casi cercana a la ingravidez, aunque oprimidos por un mundo de agua. Con la
cabeza de la derecha, Zaphod escudriñó las negras inmensidades que tenía encima
y, por un momento, su mente emitió un silencioso rugido de horror.
Echó un vistazo a su izquierda y
se alivió al ver que su otra cabeza estaba entretenida observando sin interés
en el video del casco los pronósticos meteorológicos brockianos de
UltraCricket. Algo detrás de él, hacia la izquierda, iban los dos funcionarios
de la Administración de Seguridad y reaseguro Civil; algo delante de él, hacia
la derecha, iba el traje vacío, llevando sus implementos y controlando el
camino.
Pasaron por la enorme hendedura
de la rota espalda de la Nave Bunker Billón de Años e iluminaron el interior
con sus linternas. Maquinaria mutilada, entre escotillas de sesenta centímetros
de espesor destrozadas y retorcidas. Ahora vivía allí una familia de grandes y
transparentes anguilas que parecían gustar del sitio.
El traje vacío los precedió a o
largo del lóbrego y gigantesco casco de la nave, probando las compuertas
estancas. La tercera que revisó se abrió con dificultad. Se apiñaron en el
interior y esperaron durante largos minutos mientras los mecanismos de bombeo
se encargaban de la espantosa presión ejercida por el océano y la reemplazaban
lentamente con una presión igualmente espantosa de aire y gases inertes.
Finalmente, la puerta interior se abrió y tuvieron acceso a un oscuro sector de
bodegas exteriores de la Nave Bunker Billón de Años. Tuvieron que pasar varias
puertas Titan-O-Hold de alta seguridad más, las cuales fueron abiertas una a
una por los funcionarios, con una variedad de llaves quark. Muy pronto
estuvieron tan metidos dentro de los poderosos campos de seguridad que la
recepción de los pronósticos de Ultra-Cricket comenzó a debilitarse y Zaphod
tuvo que cambiar a una de las videoestaciones de rock, ya que no existía sitio
al que éstas no pudieran llegar.
Se abrió la puerta final y
emergieron en un gran espacio sepulcral. Zaphod apuntó la linterna hacia la
pared opuesta e iluminó de lleno un rostro de ojos enloquecidos que gritaba.
El propio Zaphod lanzó un grito
en quinta disminuida, se le cayó la linterna y se sentó pesadamente en el piso,
o más bien en un cuerpo, que había estado allí tirado por unos seis meses sin
ser perturbado y que reaccionó al hecho de que se le sentaran encima explotando
con gran violencia. Zaphod se preguntó qué hacer al respecto, y luego de un
breve pero turbulento debate decidió que lo más indicado sería desmayarse.
Reaccionó unos minutos después y
fingió no saber quién era, dónde estaba o cómo había llegado allí, pero no pudo
convencer a nadie. Después fingió que su memoria volvía de golpe y que la
impresión causada le provocaba otro desmayo pero, muy a su pesar, el traje -por
el que estaba comenzando a sentir un serio rechazo- lo ayudó a ponerse de pie,
forzándolo a hacerse cargo del entorno.
El entorno estaba iluminado con
luz leve y enfermiza, y era desagradable en varios aspectos, el más obvio de
los cuales era la colorida distribución de partes del fallecido y lamentado
Oficial de navegación de la nave en los pisos, paredes y techo, y muy
especialmente en la mitad inferior de su traje, el de Zaphod. El efecto era tan
pasmosamente asqueroso que no volveremos a referirnos a él en ninguna parte de
esta narración... salvo para dejar sentado que obligó a Zaphod a vomitar dentro
del traje, el cual, consecuentemente, se quitó e intercambió, luego de realizar
las modificaciones correspondientes en el alojamiento de la cabeza, con el
traje vacío. Por desgracia, el hedor del aire fétido de la nave, seguido por el
panorama de su propio traje, que caminaba por ahí envuelto en intestinos en
putrefacción, fue suficiente para hacerlo vomitar también en el otro traje, problema
con el cual él y el traje tendrían que aprender a convivir.
Listo. Eso es todo. No hay más
asquerosidades.
Por lo menos, no hay más de esa
asquerosidad en particular.
El dueño del rostro que gritaba
ahora se había calmado ligeramente y estaba balbuceando incoherencias dentro de
un tanque con líquido amarillo: un tanque de suspensión de emergencia.
- Fue una locura - balbuceaba - ,
¡una locura! Le dije que podíamos probar la langosta al volver, pero él estaba
enloquecido. ¡Obsesionado! ¿Ustedes alguna vez se ponen así por las langostas?
Porque yo no. Me parecen demasiado gomosas y resbaladizas para comer, y su
sabor no es gran cosa, es decir, ¿tienen sabor? Prefiero infinitamente las
ostras, y así se lo dije. ¡Oh, Zarquon, se lo dije!
Zaphod contemplaba esta
extraordinaria aparición que se agitaba en su tanque. El sujeto tenía adosados
toda clase de tubos de supervivencia y su voz salía por unos parlantes que
provocaban ecos demenciales en toda la nave, retornando, fantasmales, desde
profundos y distantes corredores.
- Ahí fue donde estuve mal -
gritó el loco -. Dije realmente que prefería las ostras y él dijo que era
porque nunca había probado una langosta en serio, como las que comían en el
sitio de donde venían sus antepasados, que era aquí, y que me lo demostraría.
Dijo que no había problema, dijo que por la langosta de aquí valía la pena todo
el viaje, y ni qué hablar del pequeño desvío que tomaríamos para llegar aquí, y
juró que podía controlar la nave en la atmósfera, pero fue una locura,
- ¡Una locura! - gritó, e hizo
una pausa, moviendo los ojos de un lado a otro, como si la palabra hubiera
despertado algo en su mente -. ¡La nave quedó fuera de control! Yo no podía
creer lo que estábamos haciendo, nada más que para demostrar una afirmación
sobre la langosta, que realmente es un alimento tan sobrestimado. Lamento
mencionar tanto a la langosta. Trataré de evitarlo por un minuto, pero he
estado tanto tiempo solo con mis pensamientos estos meses en el tanque...
¿pueden imaginarse lo que es encontrarse encerrado en una nave con los mismos
tipos durante meses, comiendo basura mientras un sujeto habla todo el tiempo
solamente de langostas, y luego pasarse seis meses flotando en un tanque,
pensando en ello? Prometo que trataré de no hablar de langostas, en serio.
- Langostas, langostas,
langostas... ¡basta! Creo que soy el único sobreviviente. Soy el único que
logró llegar a un tanque de emergencia antes de caer. Envié una señal de
auxilio y luego nos estrellamos. Es un desastre, ¿verdad? Un desastre total, y todo
porque al tipo le gustaban las langostas. ¿Tiene sentido lo que estoy diciendo?
Me resulta difícil darme cuenta.
Los miró, suplicante, y su mente
pareció bajar lentamente a tierra firme como una hoja que cae. Pestañeó y los
miró con expresión rara, como un mono estudiando un pez extraño. Toqueteó con
curiosidad el cristal del tanque con sus dedos arrugados.
Unas pequeñas y espesas burbujas
amarillas se escaparon por su nariz y su boca, quedaron brevemente atrapadas en
el estropajo de sus cabellos y luego continuaron su errática marcha hacia
arriba.
- Oh Zarquon, oh cielos - murmuró
patéticamente para sí -. Me han encontrado. Me han rescatado...
- Bueno - dijo uno de los
funcionarios rápidamente -, lo han encontrado, por lo menos.- Se dirigió hacia la
computadora central que estaba en el medio de la cámara y comenzó a revisar
rápidamente los circuitos de monitoreo principales de la nave buscando informes
de averías -. Las bodegas de las barras aoristas están intactas - dijo.
- Santo cubil del dingo - gruñó
Zaphod -, ¡hay barras aoristas a bordo...!
Las barras aoristas eran
dispositivos empleados en una forma de producción de energía que ahora había
sido felizmente abandonada. Cuando la búsqueda de nuevas fuentes de energía
había llegado a un punto especialmente frenético, un brillante joven de pronto
había localizado el único lugar que jamás había agotado sus disponibilidades
energéticas: el pasado. Y esa misma noche, con el repentino golpe de sangre a
la cabeza que tienden a inducir tales ideas repentinas, había inventado un
método de explotación, y en el lapso de un año enormes trechos del pasado ya
estaban siendo drenados de toda su energía, sencillamente agotándose. Los que
declamaron que había que dejar al pasado intacto fueron acusados de incurrir en
una forma de sentimentalismo extremadamente onerosa. El pasado proporcionaba
una fuente de energía muy barata, abundante y limpia; siempre se podían montar
algunas Reservas Naturales del Pasado, si alguien quería pagar por mantenerlas;
en cuanto al reclamo de que drenar el pasado empobrecía el presente, bueno, tal
vez así era, pero los efectos eran imposibles de medir y uno tenía que mantener
el sentido de las proporciones.
Recién cuando se advirtió que el
presente realmente estaba empobreciéndose y que la razón de esto era que los
bastardos del futuro -holgazanes ladrones y egoístas- estaban haciendo
exactamente lo mismo, todo el mundo se dio cuenta de que todas y cada una de
las barras aoristas, y el terrible secreto de cómo se construían, debían ser
completamente destruidas para siempre. Todos adujeron que era por el bien de
sus abuelos y nietos, pero, desde luego, era por el bien de los nietos de sus
abuelos y de los abuelos de sus nietos.
El funcionario de la
Administración de Seguridad y Reaseguro Civil se encogió de hombros des
preocupadamente.
- Son perfectamente seguras -
dijo. Miró a Zaphod y de pronto dijo, con una franqueza poco característica -:
Hay cosas peores que esas a bordo. O por lo menos - agregó, golpeteando una de
las pantallas de la computadora -, espero que estén a bordo.
El otro funcionario lo atacó
duramente.
- ¿Qué diablos piensas que estás
diciendo? - le espetó.
El primero volvió a alzar los
hombros. Dijo: - No importa. Que diga lo que quiera. Nadie le creería. Esa es
la razón por la que escogimos usarlo a él en vez de hacer algo oficial,
¿verdad?
Cuanto más descabellada sea la
historia que cuente, más parecerá que él es sólo un bohemio aventurero que está
inventándola. Hasta puede contar que nosotros dijimos esto, y quedará como un
paranoico. - Sonrió amablemente a Zaphod, que estaba hirviendo en su asqueroso
traje -. Puede acompañarnos - le dijo - si lo desea.
- ¿Lo ve? - dijo el funcionario,
examinando los sellos exteriores de ultra-titanio de la bodega de las barras
aoristas -. Perfectamente a salvo, perfectamente seguro.
Dijo lo mismo al pasar por las
bodegas que contenían armas químicas tan poderosas que una cucharadita podía
infectar fatalmente todo un planeta.
Dijo lo mismo al pasar por las
bodegas que contenían compuestos zeda- activos tan poderosos que una
cucharadita podía volar todo un planeta.
Dijo lo mismo al pasar por las
bodegas que contenían compuestos theta- activos tan poderosos que una
cucharadita podía irradiar a todo un planeta.
- Me alegro de no ser un planeta
- masculló Zaphod.
- No tiene nada que temer -
aseguró el funcionario de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil -,
los planetas son muy seguros. Siempre y cuando... - agregó, y luego hizo una pausa.
Estaban aproximándose a la bodega más cercana al punto en que la espalda de la
Nave Bunker Billón de Años estaba quebrada. Aquí el corredor estaba retorcido y
deformado, y el piso tenía parches húmedos y pegajosos -. Ajá - dijo -. Ajá y
doble ajá.
- ¿Qué hay en esta bodega? -
exigió Zaphod.
- Subproductos - dijo el
funcionario, cerrándose otra vez.
- ¿Subproductos... - insistió
Zaphod con calma - de qué?
Ninguno de los funcionarios le
contestó. En lugar de ello, examinaron la puerta de la bodega con mucho cuidado
y vieron que sus sellos habían sido retorcidos y arrancados por la misma fuerza
que había deformado todo el corredor. Uno de ellos tocó ligeramente la puerta.
Se abrió de par en par con el contacto. Adentro estaba oscuro, con apenas un
par de débiles luces amarillas al fondo.
- ¿De qué? - siseó Zaphod.
El funcionario líder miró al
otro.
- Hay una cápsula de escape -
dijo - que la tripulación debía usar para abandonar la nave antes de echarla en
el agujero negro - dijo -. Creo que sería bueno saber que todavía está allí. -
El otro funcionario asintió y se alejó sin decir palabra.
Con un ademán, el primer oficial
indicó a Zaphod que entrara. Las grandes y débiles luces amarillas fosforecían
a unos seis metros de distancia.
- El motivo - dijo, en voz baja -
por el cual todas las cosas que hay en esta nave son, sigo manteniéndolo,
seguras, es que realmente nadie está lo bastante loco para usarlas. Nadie. Al
menos, nadie que estuviera así de loco podría jamás tener acceso a ellas.
Cualquiera que sea tan loco o tan peligroso hace sonar alarmas muy profundas.
La gente puede ser estúpida, pero no es tan estúpida.
- Subproductos - volvió a sisear
Zaphod, y tenía que sisear para que no se oyera el temblor
de su voz- de qué.
- Eh... Gente Diseñada.
"Se le otorgó a la
Corporación Cibernética Sirio un enorme fondo de investigaciones para diseñar y
producir personalidades sintéticas por encargo. Los resultados fueron
uniformemente desastrosos. Toda la "gente" y las
"personalidades" resultaron ser amalgamas de ciertas características
que sencillamente no podían coexistir en formas de vida de ocurrencia natural.
La mayoría eran unos pobres y patéticos inadaptados, pero algunos eran
profundísimamente peligrosos. Peligrosos porque no hacían sonar la alarma en
las demás personas. Podían atravesar situaciones igual que los fantasmas
atraviesan paredes, porque nadie detectaba el peligro.
"Los más peligrosos de todos
eran tres idénticos... los pusieron en esta bodega, para ser lanzados, junto
con la nave, fuera de este universo. No son malvados, en realidad son bastante
sencillos y encantadores.
Pero son las criaturas más
peligrosas que alguna vez hayan vivido, porque no hay nada que no hagan si se
les permite, ni nada que no pueda permitírseles hacer...
Zaphod miró las débiles luces,
las dos débiles luces amarillas. Cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la
iluminación, vio que las dos luces enmarcaban un tercer espacio donde había
algo roto. Unas manchas húmedas y pegajosas relucían opacamente en el suelo.
Zaphod y el funcionario caminaron
con cautela hacia las luces. En ese momento, estallaron cuatro palabras del
otro funcionario en sus comunicadores del casco.
- La cápsula no está - dijo
sucintamente.
- Rastréala - respondió de
inmediato el compañero de Zaphod -. Averigua con exactitud dónde ha ido.
¡Debemos saber dónde ha ido!
Zaphod abrió una enorme puerta
deslizante de vidrio esmerilado. Detrás de ésta había un tanque lleno de
líquido amarillo, y flotando dentro había un hombre, un hombre de apariencia
amable, con muchas marcas de sonrisa en la cara. Parecía estar flotando con
bastante resignación y sonriendo para sus adentros.
Otro sucinto mensaje llegó de
pronto por el comunicador del casco. El planeta hacia el cual se había
encaminado la cápsula de escape ya había sido identificado. Estaba en el Sector
Galáctico ZZ9 Plural Z Alfa.
El hombre de apariencia amable
del tanque parecía estar murmurando suavemente para sí, igual que lo había
hecho el copiloto del otro tanque. Unas burbujitas amarillas adornaron como
abalorios los labios del hombre. Zaphod encontró un pequeño parlante junto al
tanque y lo encendió. Oyó que el hombre balbuceaba suavemente acerca de una
brillante ciudad sobre una colina.
También oyó que el funcionario de la Administración de Seguridad y Reaseguro Civil impartía instrucciones para que el planeta ZZ9 Plural Z Alfa fuera puesto en condiciones "perfectamente seguras".
Escaneado por Sadrac 1999