LEYENDA DEL SANTOS VEGA

                                

     En la Pampa Argentina se escuchó la voz del payador sublime: el Santos Vega. Rafael Obligado se inspiró en su leyenda para crear un importante poema de la literatura gauchesca. El momento más recordado de la leyenda del Santos Vega es su encuentro con otro payador, el Supay, versión lugareña del diablo. Ambos payadores se trenzan en una payada, en una confrontación entre dos cantores en medio de los rasgueos de guitarra. Y entonces...    

 

    En tiempos distintos y nebulosos, allí donde se pierde el recuerdo de los orígenes de la nacionalidad argentina, Santos Vega fue el más potente payador. Su numen era inagotable en la improvisación de endechas, ya tiernas, ya humorísticas; su voz, de timbre cristalino y trágico, inundaba el alma de sorpresa y arrobamiento; sus manos arrancaban a la guitarra acordes que eran sollozos, burlas, imprecaciones. Su fama llenaba el desierto. Ávida de escucharlo, acudía la muchedumbre de los cuatro rumbos del horizonte. En las "payadas de contrapunto", esto es, en las justas o torneos de canto y verso, salía siempre triunfante. No había en las pampas trovador que lo igualara; ni recuerdo de que alguna vez lo hubiese habido. Dondequiera que sé presentase rendíale el homenaje de su poética soberanía aquella turba gauchesca tan amante de la libertad y rebelde a la imposición. Para el alma sencilla del paisano, dominada por el canto exquisito, Santos Vega era el rey de la Pampa.

   A la sombra de un ombú, ante el entusiasta auditorio que atraía siempre su arte, inspirado por el amor de su "prenda", una morocha de ojos negros y labios rojos, cantaba una tarde Santos Vega el payador sus mejores canciones. En religioso silencio le escuchaban hombres y mujeres, conmovidos hasta dejar correr ingenuamente las lágrimas... En esto se presenta a galope tendido un forastero, tírase del caballo, interrumpe el canto y desafía al cantor. Es tan extraño su aspecto, que todos temen vaga y punzantemente una desgracia. Pálido de coraje, Santos Vega acepta el desafío, templa la guitarra y canta sus cielos y vidalitas. Y cuando termina, creyendo imposible que un ser humano le pueda vencer, los circunstantes lo aplauden en ruidosa ovación. Hácese otra vez silencio. Tócale su turno al forastero... Su canto divino es una música nunca oída, caliente de pasiones infernales, rebosante de ritmos y armonías enloquecedoras... ¡Ha vencido a Santos Vega! Nadie puede negarlo, todos lo reconocen condolidos y espantados, y el mismo payador antes que todos... ¡Adiós fama, adiós gloria, adiós vida! 

   Santos Vega no puede sobrevivir a su derrota...Acaso el vencedor, en quien se reconoce ahora al propio diablo, al temido Juan Sin Ropa, habiendo ganado, y como trofeo de su victoria, pretenda llevarse el alma del vencido...Desde entonces, en efecto, desapareciendo del mundo de los mortales, Santos Vega es una sombra doliente que, al atardecer y en las noches de luna, cruza a lo lejos las pampas, la guitarra terciada en la espalda, en su caballo veloz como el viento. (*)

(*) Fuente: Cuentos y leyendas de la Argentina, Barcelona, José Olañeta Editor, pp. 63-65.