AL SERVICIO DE LOS DIOSES


Taumas, genio del mar, fue un hijo del mar y de la tierra, que desposó con Electra, la hija de Océano, la deslumbrante ninfa oceánica, que no la famosa hija de Agamenón de Argos, y de ella tuvo al arco iris y a los vientos. Estas hijas recibieron, por un lado, el nombre de Iris y, por el otro, el de Arpías. Antes de seguir con Iris, digamos que las Arpías, personificación de los vientos súbitos y tremendos, fueron consideradas, en un principio, como divinidades bondadosas, seres de muy buen corazón, a pesar de lo que después se pasó a contar de ellas, sobre todo en la mitología romana. Las Arpías fueron tres (Aelopos, Ocipeta y Podargé), según Homero, y ocho (las dos anteriores y Ocípoda, Celeno, Ocitoa, Nicolea y Aqueloo), según otros autores más generosos con su número. En lo que respecta a Iris, que sólo gozó del mejor de los reconocimientos, se dividen sus apologistas en dos grandes grupos. Hay quienes la sitúan entre la pléyade de divinidades virginales, y hay también quienes prefieren considerarla esposa de Céfiro, la divinidad del suave y benéfico viento del Poniente que para otros estuvo desposado con la ninfa Cloris. Aunque sus pasos por la tierra están mal dibujados, tal vez porque su cometido era el de volar de un lado a otro con la velocidad del rayo, sí podemos reconocerla con facilidad cuando está relacionada con determinados dioses y determinadas escenas. La veremos volando, con la inmejorable ayuda de sus sandalias aladas de oro, a veces también con alas en la espalda, siempre joven y hermosa y con un caduceo como el de su compañero de trabajo Hermes, con el mismo significado de paz y comunicación.


DESCRIPCION DEL PERSONAJE

La hermosa Iris, aparte de estos datos sucintos sobre su misión y sus atributos visibles, no tiene unas características propias que la conviertan en una diosa conocida y reconocida. En cuanto a su representación, nunca contó con un gran repertorio de personalizaciones o imágenes definidas, incluso a veces es fácil, hasta para el erudito, que sea confundida con otras divinidades aladas similares, a no ser que medie otra señal externa que pueda hacer comprender que estamos ante la bella y rápida Iris. Hasta su historia está escrita al fondo de las grandes hazañas de dioses y héroes, siempre ayudando con denuedo a los grandes personajes olímpicos a salir de dificultades. Por todo ello, Iris es una excelente auxiliar, una divinidad de muy necesaria existencia para la supervivencia del Olimpo mismo. Iris era una diosa feliz a pesar de estar en segunda fila, una de las muchas divinidades menores que se encontraban satisfechas de poder ser útiles a los doce grandes dioses, sin quejarse jamás de la misión que les tocaba, ni plantearse siquiera otra forma de ser o estar en la corte celestial. Estas divinidades, exclusivamente nacidas para trabajar en el servicio de la corte celestial, sabían que debían limitarse a obedecer todas las órdenes que los grandes dioses quisieran dar, y cumplir con exactitud todos los recados que tuvieran a bien mandar, porque ese era su feliz destino, y por ello estaban libres de las rivalidades y enfrentamientos surgidos de las envidias y los rencores que, con tanta frecuencia, se producían entre los doce. Los servidores aparecían cuando se les necesitaba y cumplían al pie de la letra lo ordenado, nada más.


SU HISTORIA

No es mucho el espacio que ocupa Iris en solitario, pero lo que sí se considera con regularidad es que, además de mensajera constante de Hera, sea ella la madre del Amor. Para situarla en su contexto, debemos comprender que la diosa Iris era el arco iris en persona y, como tal, nexo de unión entre el reino superior, el cielo de las divinidades, y el reino medio, la tierra de los mortales. En su papel de mensajera, Iris comparte (en un plano inferior) con Hermes el servicio entre los dos niveles, cielo tierra. Con respecto a su estrecha adscripción a Hera, este servicio está más que justificado, ya que Zeus se apodera de Hermes, literalmente, para sus mensajes y, sobre todo, para la libertina y amplia utilización de los dones del dios Hermes, del dios de los pies alados, como útil y discreto intermediario de urgencia en sus amoríos repetidos, y Hera tiene que echar mano de la fiel Iris para no quedarse incomunicada. A veces, Iris debe elegir a Zeus como dios superior, sobre su esposa Hera, como cuando ha de avisar al poderoso Aigaión para que corra en auxilio de Zeus, en contra de Hera y sus compañeros de rebelión. En otras ocasiones, como cuando tiene que buscar y tratar de convencer a la remisa partera Eileteya, hace todo lo posible para conseguir que vaya ésta a auxiliar a la perseguida Leto y así lo logra, con ruegos y sobornos. Y para que esta fugitiva pueda alumbrar a sus hijos Apolo y Artemis, Iris ha de arriesgarse a burlar a la colérica y siempre vigilante Hera. Y lo hace, no por desobediencia hacia su señora, sino para evitar que ésta cumpla su venganza contra la buena de Leto y sus hijos, engendrados por Zeus.


LAS ARPIAS

Aunque en nuestros días esta palabra nos traiga la imagen inequívoca de unos odiosos seres femeninos a medias, de unas pseudomujeres de características monstruosas y de malvadas intenciones, las arpías fueron, al menos en su origen griego, unas bondadosas y arriesgadas divinidades aladas que se aventuraban en el interior, en lo más recóndito de los infiernos para, al vuelo, arrancar al dios de la tinieblas sus presas y rescatarlas, devolviéndolas a su mundo perdido. La palabra que las designa significa "arrebatadoras" y esa definición aclara bien su cometido original de ladronas de almas en sufrimiento. Pero al ser adscritas a los elementos en acción, como imagen divinizada de los vientos huracanados, su papel se transformó en el de un peligro, en el de una fuerza brutal de la naturaleza; así pasaron a ser unas criaturas pálidas como el frío de su viento; con unos pavorosos rasgos, tan terribles como su fuerza destructora; unos seres temidos por ser tan voraces como la tormenta que todo lo arranca y destrozable de unos monstruos implacables, de unos monstruos que terminaron siendo los demonios alados que amenizaban los relatos de los míticos viajeros marinos, que sólo pensaban en comerse a sus víctimas, o en personajes que cambiaron de bando y terminaron por ser ellas las portadoras de víctimas inocentes para los moradores de los infiernos, como cuando se cuenta que las Arpías fueron quienes llevaron a las infelices hijas de Pandáreo y Harmótoe a las Erinies, para que éstas las tuvieran sometidas a la esclavitud.


MENSAJERAS DE LOS DIOSES

Así, con el rapto de las huérfanas de Pandáreo, las Arpías demostraban su maldad, ya que actuaban de un modo siniestro y nefasto, por el placer de la maldad, y lo hacían de un modo artero, aprovechando la ausencia de la bella y poderosa Afrodita, cuando ella ya se había decidido a marchar al Olimpo, para pedir a Zeus maridos para las buenas huérfanas, ya que ellas estaban bajo la piadosa tutela de las grandes diosas Afrodita, Artemis, Atenea y Hera, después de que el mismo Zeus hubiera acabado con la vida de sus padres, como castigo por el robo, por parte de Pandáreo, del perro de oro que cuidó al niño Zeus, cuando su padre Cronos le buscaba para asesinarle. Pero toda esta maldad pretendida de las Arpías se desvanece si consideramos que fue Zeus quien dio la orden de que, mientras Afrodita se deroga a su presencia, se castigara a las tres hijas del ladrón, para expiar las culpas heredadas. Definitivamente, fue largo y poco afortunado el camino que siguieron las criaturas, desde el transporte de almas des graciadas al de seres malvados, pasando por la personificación de los vientos de la tempestad. Pero, aunque las Arpías tuvieron tan mala fama, se dice que una de ellas, en su unión con Poseidón, dio vida al primer corcel que recibieron los hombres como regalo, o que la Arpía Podargé, según Homero, en su unión con Céfiro, dio vida a los caballos de Aquiles, con lo que se las deja entrar en la categoría de divinidades positivas, ya que el caballo era el bien más preciado para el hombre eminente de la antigüedad, ya fuera príncipe, político, propietario o guerrero. También se consideraba que las Arpías, tan hijas de Taumas y la bella Electra como Iris, eran mujeres de largas cabelleras rubias y hermosas proporciones, con la sagrada misión de llevar los criminales condenados hasta su reclusión en el infierno, para allí dejarlos confinados bajo la inflexible vigilancia de las Erinias. Pero, sobre todo, si ahora comentamos su ajetreada existencia dentro de la mitología, es porque -ante todo- las Arpías jamás fueron otra cosa que cumplidas mensajeras de los designios divinos.


TEMIS Y SUS HIJAS

Como casi todas las diosas del Olimpo, Temis tuvo mucho que ver con el fogoso Zeus, a cuyo lado se sentaba, para ayudarle y aconsejarle, porque Temis era representación de la sabiduría unida a la prudencia, y su conocimiento se extendía desde el recuerdo del pasado a la certeza de lo que iba a suceder. Temis era sabia y correcta, era el ejemplo que los demás dioses - mayores y menores- debían observar en su comportamiento oficial; a Temis la observaban atentamente todos los olímpicos, ella precedía protocolariamente a Hera. Pero su historial no termina ahí, ya que también su belleza y dotes conmovieron fácilmente a Zeus y, como grata consecuencia de ese apasionado romance, en lugar del habitual castigo o de la posible persecución de la airada Hera, Temis, además de ser ella la diosa que representa la ley, toda ley, fue la gozosa madre de muchos e importantes grupos de hijas, como lo fueron las Estaciones o las Horas, que son dos denominaciones que concurren en las mismas divinidades encargadas de ese funcionamiento incesante de la máquina del tiempo, ya fuera en la división del día o en la de las diferentes partes del año agrícola y climático. Las tres Horas o Estaciones, encargadas de abrir y cerrar las puertas celestiales y preparar cada día el carro de Helios, para que éste recorriera el cielo derramando sus benéficos y vitales rayos solares. Las Horas o Estaciones tenían todas ellas el don de la apariencia juvenil, fragante y atractiva de la primavera y, para recalcar su cargo, jamás abandonaban -en su representación artística- la flor que les corresponda portar en sus manos. Las tres Estaciones u Horas respondían a estos nombres y calificaciones: Diké, la justicia; Eunomia, la disciplina; y Eirené, la paz. Para terminar, y para que sea más sencillo comprender la importancia de estas divinidades auxiliares, recordemos que fue a las Estaciones a quienes se encargó que acompañaran y cuidaran, en su adolescencia, a la recién surgida Afrodita tras su triunfo, tras esa gloriosa salida triunfal de la diosa del amor y la belleza de la espuma del mar.


TEMIS, LA TITANIDA PRIMIGENIA

Para concluir esta visión de Temis como madre, digamos sólo que lo fue de otras famosas y significativas hermanas, las tres Moiras o Parcas. Se trata de un trío, como es común en la mitología helenística, que tanto gusta de adscribirse al número tres: son Cloto, Láquesis y Atropos, las divinidades complementarias que nos recuerdan la duración de la vida y su fin, midiendo con exactitud el tiempo transcurrido y el que todavía queda a los mortales. Pero Temis antes que nada, antes de ser amante de Zeus y madre de tan ilustres hijas, fue, al principio de los tiempos, en la creación del Universo, la Titánida adscrita por Eurinome al planeta que hoy llamamos Júpiter. Temis fue también, ya como una diosa y en su propio templo, la divinidad magnánima que dio a Deucalión y a su esposa Pirra, los supervivientes del Diluvio, el regalo de una nueva generación de hombres y mujeres. De Temis proviene, pues, la humanidad renovada que habría de encargarse de poblar nuestro planeta; nuestra tierra purificada por uno de los muchos diluvios, ahora por esa lluvia enviada por Zeus, y que sirvió para aplacar su ira y la del resto del Olimpo, ante el repugnante comportamiento de Licaón, al querer invitar a los dioses a un banquete en el que ofrecía de manjar a su propio hijo. Temis se convierte así en la diosa que cierra el incidente y da otra nueva oportunidad a los humanos, como clara demostración de que toda ley, todo orden pasa por ella y en ella encuentra su lugar, porque su misión es la de hacer que el orden exista y se mantenga entre los pobladores de la tierra, pero no con la fuerza ni con el castigo, sino con el imperio de la ley y la justicia que el Olimpo depositó en ella.


GANIMEDES, EL COPERO DE LOS DIOSES

Junto a los divinos personajes de segunda fila que se afanan por atender a los dioses de mayor magnitud, merece destacarse el caso muy particular del apuesto doncel Ganimedes, el más hermoso de los morta les, y uno de los cuatro hijos del matrimonio del rey de Frigia, Tros y de la bella Caliroe, la hija del diosEscamandro. El hermoso Ganimedes era hermano, pues, de Cleopatra la Menor, de Ilo el Menor y de Asáraco, según nos cuenta Homero en "La Ilíada", y personajes de importancia en la fundación e historia de Troya. Volviendo a Ganimedes, digamos que este hermoso joven, que a la sazón se encontraba trabajando inconsciente de las pasiones desatadas por su persona, al cuidado de los rebaños de su padre en los llanos o en las montañas de Troya, que hasta en eso hay discrepancias entre los clásicos, fue arrebatado por Zeus, que no sabía ya como satisfacer su ardiente deseo, y que se había decidido a hacerse por la fuerza con el joven, ya que su belleza le había trastornado hasta tal punto, que el ansia de su posesión era lo único que le importaba, y ni siquiera le preocupaba cuál fuera la reacción que tal aventura despertara en su constantemente airada esposa Hera. Para raptar al mozo, el imaginativo y pintoresco Zeus revistió la forma de un águila y con ese aspecto se lanzó sobre el pastor, hizo presa en él y lo llevo a través de los cielos hasta el Olimpo. Desde luego, lo más extraño del caso, es que el rapto, a pesar de su violencia inicial y lo desacostumbrado de su componente homosexual, no desató ni las justificables iras de Hera, ni la más mínima respuesta del muchacho raptado, quien podría haberse rebelado mínimamente por la actuación de Zeus, impertinente al menos por no haberle pedido su opinión ni haberle demandado su parecer; pero parece ser que Zeus sabia hacerse querer fácilmente por sus víctimas, cuando se decidía a cortejarlas de una vez por todas.


GANIMEDES DESALOJA A HEBE DE SU PUESTO

Llegados al Olimpo y una vez satisfechas las más perentorias pulsiones de Zeus, el hermoso Ganimedes fue, además de ser aceptado por el resto de los dioses como amante de su colega y superior, elevado al cargo de copero de los dioses, lo que supuso la automática destitución de Hebe en el servicio del néctar y la ambrosía, aunque Hebe fuera hija de Hera y del imperdonable Zeus, y también diosa de la juventud, y una ejemplar hija, ya que era ella quien se cuidaba de atender a las necesidades del palacio de Zeus y Hera con inigualable presteza. Pero todo su rango y genealogía de nada le sirvió cuando su padre decidió el cambio, y ni la misma Hera consiguió anular la orden de su marido. Así que Ganimedes fue amado y obsequiado por el mayor de los dioses, quien le hizo entrega de regalos tan preciados como el don de la eterna juventud, para que fuera aún más parecido a la pospuesta Hebe. Además, Zeus, para honra de Ganimedes o mayor burla de su esposa Hera, se empeñó en compensar al rey Tros por el secuestro de su hijo y le dio la vid de oro que había encargado forjar a Hefesto, para que el rey la tuviera y exhibiera en su reino; asimismo le regaló un par de caballos inigualables, casi como dote por este irregular matrimonio consumado con su hijo. Como Hera no cesase en sus reclamaciones y en irritación contra el bello Ganimedes, ni olvidase la afrenta hecha a su hija, la hacendosa Hebe, e insistiese en pedir reparación al daño causado, el caprichoso Zeus terminó por reaccionar en sentido contrario y, en lugar de restituir a la joven diosa y excelente hija en su perdido puesto y dignidad, hizo que, por contra, Ganimedes recibiera el honor máximo que Zeus concedía a sus más queridos seres, y así se cumplió, ya que el joven copero se incrustó eternamente en el firmamento y con su figura se ocupó un nicho destacado del cielo, festoneando su cuerpo con estrellas en forma de la constelación que lleva su nombre para siempre, de modo que ni los dioses ni los mortales pudieran olvidar nunca su belleza y el amor que Zeus había sentido y demostrado hacia él.


LAS NUEVE MUSAS

Las siempre bien amadas Musas, ese benefactor y tutelar grupo de deseables compañeras de todos los pensadores y artistas, está formado por el número perfecto de tres veces tres, por esas nueve bellas doncellas que son las hijas habidas en el amor de Zeus y de Mnemosina, la diosa de la memoria, hija a su vez de Urano, el primero de los dioses, y de la diosa de la tierra, la madre Gea. Por lo tanto, además de ser su esposa, Mnemosina es tía de Zeus, pero el parentesco no enturbia para nada el resultado y sólo es un factor benéfico para la descendencia de la pareja, ya que de esa unión va a resultar el más positivo grupo familiar de la mitología griega, junto a las Gracias o Cárites. Las Musas representan un enfoque nuevo, son una familia de divinidades que están a la altura de la civilización que se propone desde el área de influencia griega, y lo son porque se convierten en unas figuras simbólicas de gran importancia por sí mismas y por lo que representan: ser las divinidades tutelares de las artes y de las ciencias, la personificación del interés del pueblo griego hacia las formas conocidas de expresión sensible e intelectual. Las Musas, aparte de su patrocinio del estudio y la creación, tañen instrumentos musicales, cantan armoniosamente y danzan ante sus compañeros en el Olimpo, actuando siempre desinteresadamente, entregándose a los demás con generosidad, como depositarias que son de la sabiduría, de la belleza formal y de la alegría de la divinidad. Tal es su gracia, que se decía que habían sido los propios dioses los que habían pedido a su superior Zeus que éste tuviera la deferencia de engendrar a tan necesarios seres, para regocijo de los cielos, y que - escuchada la petición - Zeus amó a Mnemosina nueve noches sucesivas, para que pudieran ser concebidas las nueve Musas que el cielo y la tierra tanto anhelaban.


LAS HIJAS DE ZEUS Y MNEMOSINA

Antes de comentar su leyenda, vamos a ver el listado completo de las atribuciones de estas nueve hermanas, que es el siguiente: 

Calíope era la primera y más poderosa de las Musas, la responsable de la elocuencia, la épica e incluso de la ciencia.

Clío lo era de la historia y, complementariamente, tutelaba la conservación del recurso de todas las gestas y hazañas.

Erato fue la Musa musical y lírica del erotismo y, por tanto, la encargada de acompañar a los dioses y a los humanos en el amor y en el matrimonio.

Euterpe se encargaba de patrocinar la música y la lírica popular.

Melpómene estaba originalmente a cargo del canto coral y desde allí pasó a los coros de la tragedia.

Polimnia era la Musa del canto sagrado y de la mímica.

Talía, con su alegría, se encargaba de tutelar el teatro cómico.

Terpsícore había nacido para la danza y a ella se dedicó por completo, ya se tratase de baile profano o sagrado.

Urania, la divinidad que estudiaba los astros y sus movimientos en el cielo.


UNA CARRERA ASCENDENTE

En el principio, las Musas eran tan sólo unas buenas ninfas que estaban asociadas al agua de tierra adentro, a los manantiales que brotaban en las alturas de las montañas, y de ahí viene su nombre, de la asignación a las montañas. Pero los manantiales no se quedaban quietos, sus aguas caían por entre las peñas, se adentraban en los valles, pasaban entre los asentimientos humanos, fecundándolos, y luego descendían hasta los ríos mayores que terminaban por devolver su agua al mar original. Con el paso del tiempo, las Musas se fueron especializando, asociándose su nombre y actividad al campo de la palabra recitada o cantada, como un recuerdo del murmullo de esas aguas que jugueteaban con sonoridad por entre los riscos de la montañosa Grecia, porque la palabra hablada o acompañada de música era importante y respetada en todo el país, y se sentía la necesidad de que tuviera una divinidad específica, una tutela celestial que la protegiera y ayudara a su mantenimiento y difusión. Y como muestra de su importancia creciente, tenemos que ver como se recurre a ellas para que juzguen la pugna artística entre Marsias y el mismo Apolo, el músico por excelencia. El caso es que el pobre Marsias se había topado con la doble flauta que Atenea se hizo para su entretenimiento y a la cual maldijo, por una cuestión de coquetería frente a las burlonas Afrodita y Hera, que apenas viene al caso, ya que se reían de ella al verla con la cara hinchada por el esfuerzo inhabitual de soplar el instrumento nuevo para la industriosa Atenea. Pues bien, al parecer quiso el destino que Marsias soplara la doble caña de hueso, sin nada esperar de ello, sólo por ver cómo era su sonido y quedó tan asombrado que ni él mismo podía dar crédito a sus oídos: la flauta de Atenea era melodía pura en sus labios.


APOLO LLAMA A LAS MUSAS

Si a Marsias le sorprendió lo bien que sonaba, a todos los que le oyeron con el maldito doble tubo perforado, les parecía un prodigio y así este buen hombre se transformó en atracción, se sintió famoso y fue a todos los lados tocando su flauta maravillosa. También a Apolo le llegó la fama del flautista, del que se decía que era el mejor de los músicos, tan bueno, si no mejor que el mismo Apolo. A un dios no se le puede ofender con comparaciones de tal calibre y nuestro músico supremo se acercó a oír a su rival, y no con las mejores intenciones. Oyó cómo sonaba la flauta de Marsias y oyó también cómo se enorgullecía el vanidoso Marsias de que le emparejasen con el dios. Apolo decidió dar una lección a su oponente y le retó a un combate musical, en el que quien ganara tendría el premio de hacer lo que quisiera con el vencedor. Para dar más realce a la prueba, llamó a las Musas como jurado de toda garantía; nadie mejor que ellas podrían calificar al músico entre los músicos. A las Musas no les quedó más remedio que tener que sancionar a los dos contendientes como los dos más grandes genios que se habían conocido, juicio que no fue del agrado de Apolo, pero al cual no se podía oponer en buena lid, así que Apolo pergeñó una treta para enredar a Marsias y darle su merecido. La trampa funcionó y debemos recordar que el pobre vanidoso hizo que se cumpliera la maldición de Atenea en su pobre persona, ya que se celebró la segunda ronda del certamen, con la condición de que cada uno de ellos diera la vuelta completa a su instrumento y siguiera abierto el juicio, ahora con la salvedad de que tenían que cantar al tiempo que manejaba la flauta Marsias y la lira Apolo. Realmente, las Musas tuvieron que decir que Apolo tocaba su lira y cantaba como el dios que era, mientras que el advenedizo rival se desgañitaba, tratando de soplar y cantar, alternativamente. Con la sentencia de las Musas en su contra, el desgraciado admitió la derrota y se entregó en manos de su vencedor, de quien no se podía esperar el perdón, precisamente. Y así fue, Marsias murió desollado a manos de Apolo y su piel se quedó clavada en un árbol, para escarmiento de los que quisieran presumir de ser mejores que los dioses. Pero, hasta en un caso como éste, el gran prestigio musical de Apolo no hubiera valido de nada de no haber quedado ratificado públicamente por la palabra final de una autoridad en arte como lo eran las Musas. Y hasta las buenas Musas sabían lo peligroso que era medirse en música entre las divinidades, pues las tres Sirenas se quedaron para el resto de sus días sin las alas de que antes dispusieron, cuando se enfrentaron y perdieron en una batalla de canto con las Musas, en un peligroso concurso establecido por deseo de Hera, que no por el capricho de ninguna de ellas, aunque hay quienes afirman que las Musas arrancaron las plumas de las alas de las Sirenas y con ellas tejieron unas triunfales coronas. 


OTRAS ACTUACIONES DE LAS MUSAS

En la trágica muerte de Orfeo, las Musas son quienes se apiadan de su asesinato a manos de Dionisos, y también son ellas quienes se encargan de recoger sus destrozados restos con cuidado exquisito, para enterrarlos donde les corresponde estar, junto al sagrado monte Olimpo, como un último homenaje al que fuera Orfeo en la tierra. También las Musas están presentes con su dolor en las largas y dolorosas exequias de Aquiles, que duraron diecisiete días con sus diecisiete noches, como requería la grandeza del héroe al que se lloraba. En otras ceremonias mucho más gozosas, como lo fueron las bodas de Aristeo, el joven hijo de Apolo y de Cirene, o la más nombrada de Tetis y Peleo, también estaban ellas, las dulces y cariñosas Musas, rubricando con su presencia la alegría de la celebración, estando junto a los dioses en sus horas de regocijo, cuidando amorosamente de sus pupilos, preocupándose de que a sus protegidos nada les faltara, antes, durante y tras la ceremonia. En otros momentos culminantes de la mitología, vuelven las Musas a ser citadas muy especialmente, como cuando se cuenta la aventura tan trágica de Edipo, a quien la Esfinge propone un enigma aprendido de ellas, y que versa aparentemente sobre la identidad de un muy extraño ser, que resulta ser alguien bien próximo a Edipo y a cualquiera de nosotros mismos, ya que de describir crípticamente al ser humano se trataba en ese acertijo.


NUEVE HERMANAS DIFERENTES

Las Musas estaban presentes de muy distintas maneras en la vida prodigiosa de los dioses y los héroes, cantando las empresas realizadas por ellos, como hacía la buena de Clío, mientras que su mano escriba con detalle lo acaecido y hasta haciendo sonar la trompeta de la fama, para que nadie pudiera quedarse sin conocer el portento y a su protagonista. Calíope, más recogida y pensativa, era quien hacía suya la ciencia y daba forma a la epopeya, componiendo los mejores versos que la épica podía querer para sí. Erato gustaba de tocar -como Apolo- la lira y danzar a su son, animando a quienes gustaban de la música a dejarse llevar por ella hasta sus límites, si es que existían tales confines para la danza. Euterpe colmaba de gozo a quienes se dejaban atraer por la música de los más humildes, y personificaba su apego a los músicos modestos, acompañándose de una flauta rústica, y con sólo ella tenía suficientes medios para alegrar a todos los que en su música creían. Melpómene estaba sometida a la disciplina coral de Dionisos y esa adscripción garantizaba su arte, lo que le valió ser incluida en las filas de los cantores de la tragedia, cantores corales que debían modular su voz a la armonía y a la prestancia del conjunto, para mejor llevar a la escena las grandes historias en las que se cruzaban los caminos de los dioses con los pasos inciertos de los seres humanos. A la serena Musa Polimnia le correspondía actuar como patrona de la música que se dedicaba a los dioses, siempre pensativa y majestuosamente escondida en su larga túnica. Talía llegó a ser la muy querida Musa de la festiva representación teatral de la comedia, la Musa contrapuesta a su hermana Melpómene. Era la diosa bacante y cómica de la careta en la mano y la corona de hiedra sobre la frente, siempre dispuesta a hacer reír y soñar a sus espectadores. Terpsícore bailaba al son de su cítara, pero no como Erato, sino con la dignidad que debía darse a las danzas dramáticas. Por último, Urania estaba en un mundo aparte al de sus hermanas, ya que ella cuidaba del cielo y los cuerpos que en él brillan, y se ocupaba de medir el orbe con su compás, estableciendo sobre la faz de la tierra todos los muchos conocimientos que de la observación astronómica se derivan. En conjunto, las Musas empezaron a destacarse del conjunto de divinidades femeninas, más que nada por su especialización, ya que Horas, Parcas, Arpías, Gracias, etc., solían formar grupos compactos, sin individualidades destacadas.


LAS GRACIAS

Finalmente, las tres Gracias o Cárites de las que acabamos de hablar forman el último grupo de serviciales divinidades que se pueden considerar en este gran grupo de personalidades auxiliares olímpicas. Son las tres Cárites las inigualables hijas de Eurinome, la diosa de todas las cosas, y del gran Zeus, y son así de grandiosas, porque a las tres se las constituye tres en fuente de toda la belleza y toda la gracia que pueda existir en la tierra o en lo alto de los cielos, en un culto originado en Orcómenos, en donde se las imaginaba como piedras caídas del cielo, para después ser representadas en la escultura púdicamente cubiertas de largas túnicas, y terminar siendo, en la más liberal Atenas, las tres mujeres desnudas y alegres de su belleza. Para que tengamos idea justa de la belleza física que acompañaba y distinguía a estas tres Cárites, a las muy hermosas Calé, Eufrosine y Pasítea (o Aglaia, Eufrosina y Talía, según la versión que se elija), hay que decir que, en una determinada ocasión, las tres tuvieron que vérselas con la diosa de la belleza y el amor, nada menos, porque se disputaba por el inexistente título de la máxima belleza con Afrodita, seguramente por deseo de esta diosa, que querría revalidar su condición de insuperabilidad en su categoría y así se hizo. Para juzgar se eligió al mejor adivino de Grecia, al ciego Tiresias, aunque para entonces no debía serlo, porque si no, difícilmente hubiese sido árbitro de tal concurso, aunque gozara de la visión interior que le concediera Hera. La cosa es que Tiresias -a quien ya le había pasado más de una aventura parecida- no tuvo más solución que decir la verdad y presentar a Calé como la mujer a quien habría de considerarse como la más bella. Como de costumbre Afrodita reaccionó coléricamente, con esa rabia que tienen sólo los dioses para con quienes se atreven a contradecirles, y castigó a quien había osado disgustarla, no a la bella Calé, sino al sincero y honesto Tiresias, a quien convirtió en un muy achacoso anciano. Calé entonces se sintió responsable de la triste suerte corrida por el castigado juez y lo llevó consigo a la isla de Creta, para cuidarlo y atenderlo merecidamente.