UN MITO
TEHUELCHE: KOOCH, EL CREADOR DE LA PATAGONIA
Imagen
del Cerro Chaltén; así llamado por los tehuelches. En su cumbre, se
posó Elal, el gran héroe patagónico, con su cisne. Luego, el hombre
blanco rebautizó la montaña para llamarla Cerro Fitz Roy. (Foto Matilde Gironelli). |
Los
tehuelches fueron un pueblo nómada que habitó en el sur de la Patagonia
Argentina. Recorrían grandes extensiones de la árida estepa patagónica
mientras se abocaban a la caza del guanaco y el ñandú. En 1871, el marino
inglés Georges Muster convivió con ellos durante un año. El fruto de aquella
singular experiencia es La vida entre los patagones, obra
fundamental para el conocimiento de las costumbres y la interpretación de
la vida por parte de los tehuelches. Como todos los pueblos primitivos, los
tehuelches manifestaron un poderoso vuelo imaginativo. Que podrán advertir
en su mito de la creación que a continuación le presentamos. En el comienzo
estaba Kooch y, luego el gran héroe Elal. Imaginemos como...
Según
dicen los tehuelches, hace muchísimo tiempo no había tierra, ni mar, ni
sol... solamente existía la densa y húmeda oscuridad de las tinieblas. Y en
medio de ella vivía eterno, Kóoch.
Nadie sabe por qué, un día Kóoch, que siempre se había bastado a sí mismo,
se sintió muy solo y se puso a llorar. Lloró tantas lágrimas, durante tanto
tiempo, que contarlos sería imposible. Y con su llanto se formó el mar, el
inmenso océano donde la vista se pierde.
Cuando Kóoch se dio cuenta de que el agua crecía y que estaba a punto de
cubrirlo todo, dejó de llorar y suspiró. Y ese suspiro tan hondo fue el
primer viento, que empezó a soplar constantemente, abriéndose paso entre la
niebla y agitando el mar.
Algunos dicen que fue así, por los empujones del viento, que la niebla se
disipó y apareció la luz, pero otros opinan que fue Kóoch el inventor de la
claridad. Cuentan que, en medio del agua y envuelto en la oscuridad, deseó
contemplar el extraño mundo que lo rodeaba. Se alejó un poco a través del
negro espacio y, como no podía ver con nitidez, levantó el brazo, y con su
gesto hizo un enorme tajo en las tinieblas. Dicen también que el giro de su
mano originó una chispa, y que esa chispa se convirtió en el sol.
Xáleshen, como llaman los tehuelches al gran astro, se levantó sobre el mar
e iluminó ese paisaje magnífico: la inmensa superficie ondulada por el
viento,cuyo soplo retorcía cada ola hasta verla deshacerse bajo su tocado de
espuma.
El sol formó las nubes, que de allí en más se pusieron a vagar, incansables,
por el cielo, matizando el agua con su sombra, pintándola con grandes
manchones oscuros. Y el viento las empujaba a su gusto, a veces suavemente,
y a veces en forma tan violenta que las hacía chocar entre sí. Entonces las
nubes se quejaban con truenos retumbantes y amenazaban con el brillo
castigador de los relámpagos.
Luego Kóoch se dedicó a su obra maestra. Primero hizo surgir del agua una
isla muy grande, y luego dispuso allí los animales, los pájaros, los
insectos y los peces. Y el viento, el sol y las nubes encontraron tan
hermosa la obra de Kóoch que se pusieron de acuerdo para hacerla perdurar:
el sol iluminaba y calentaba la tierra, las nubes dejaban caer la lluvia
bienhechora, el viento se moderaba para dejar crecer los pastos... la vida
era dulce en la pacífica isla de Kóoch. Entonces el Creador, satisfecho, se
alejó cruzando el mar. A su paso hizo surgir otra tierra cercana y se marchó
al horizonte, de donde nunca más volvió.
Y así hubieran seguido las cosas en la isla de no ser por el nacimiento de
los gigantes, los hijos de Tons, la Oscuridad. Un día, uno de ellos, llamado
Noshtex, raptó a la nube Teo y la encerró en su caverna.
Sus hermanas buscaron a la desaparecida a lo largo y a lo ancho del cielo,
pero nadie la había visto. Entonces, furiosas, provocaron una gran tormenta.
El agua corrió sin parar desde lo alto de las montañas, arrastrando las
rocas, inundando las cuevas de los animalitos, destruyendo los nidos,
arrasando la tierra en una inmensa protesta... Después de tres días y tres
noches, Xáleshen quiso saber el motivo de tanto enojo y apareció entre las
nubes. Enterado de lo sucedido, esa tarde, al retirarse detrás de la línea
donde se junta el cielo con el mar, le contó a Kóoch las novedades, y Kóoch
contestó;
-Te prometo que, quienquiera que haya raptado a Teo, será castigado. Si ella
espera un hijo, ése será más poderoso que su padre.
A la mañana siguiente, apenas asomado, el sol comunicó la profecía a las
nubes agolpadas en el horizonte y éstas, enseguida, se la contaron a Xóchem
el viento, que corrió hacia la isla y difundió la noticia aquí y allá,
anunciándola a quien quisiera oírla. Y el chingolo se lo contó al guanaco,
el guanaco al ñandú, el ñandú al zorrino, el zorrino a la liebre, al
armadillo, al puma. Después Xóchem sopló el mensaje en la puerta de las
cavernas de los gigantes, para que no quedara nadie sin enterarse.
Así escuchó Nóshtex las palabras de Kóoch, y tuvo miedo de su pequeño
enemigo, que ya vivía en el vientre de Teo. "Voy a matarlos", pensó, "voy a
matarlos y a comérmelos a los dos". Golpeó salvajemente a Teo mientras
dormía, arrancó al niño de sus entrañas y, sin mirar a su hijo abandonado en
el suelo de la caverna, la despedazó.
Pero alguien más, adentro de la cueva, había escuchado a Xóchem. Era Ter-Werr,
una tuco-tuco que vivía en su casa subterránea excavada en el fondo de la
gruta. Dicen que fue ella la que salvó al bebé, la que, sigilosamente, en el
mismo momento en que el monstruo levantaba a su hijo para devorarlo, le
mordió el dedo del pie con todas sus fuerzas, la que escondió al niño debajo
de la tierra antes de que el gigante pudiera reaccionar...
Sin embargo, el refugio era demasiado precario. Nóshtex cruzaba la caverna
haciéndola temblar con sus pasos de gigante, recorría la isla buscando al
cachorrito que apenas había visto, a ese hijo que en cuanto creciera iba a
traicionarlo.
Entonces Terr-Werr pidió ayuda al resto de los animales: ¿dónde esconder al
bebé?, ¿cómo ponerlo a salvo del gigante?
Cuentan que todos los animales hicieron una asamblea para discutir el
asunto. Que el Kíus, el chorlo, era el único conocedor de la otra tierra
que, más allá del mar, había creado Kóoch antes de recluirse en el
horizonte, y que propuso enviar allí al niñito. Así comenzaron los
preparativos para la fuga secreta.
Una madrugada, cuando el hijo de Teo y el gigante estuvo listo para partir,
Terr-Werr lo llevó hasta las inmediaciones de una laguna y lo escondió entre
los juncos. Desde allí llamó a Kíken, el chingolo, para que a su vez
transmitiera el mensaje: todos los animales fueron convocados para escoltar
al niño. Algunos, como el puma, se negaron. Otros, como el ñandú y el
flamenco, llegaron demasiado tarde. El zorrino iba tan contento al encuentro
de la criatura que, interceptado por el gigante, no supo guardar el secreto.
Así enterado, Nóshtex se dirigió a grandes pasos hacia la laguna, pero el
pecho-colorado, instruido por Terr-Werr lo distrajo con su canto. Por eso no
llegó a tiempo para ver cómo el cisne se acercó al niño nadando
majestuosamente y lo colocó sobre su lomo, ni cómo carreteó luego para
levantar vuelo. Sólo alcanzó a distinguir en el cielo un pájaro blanco que,
con su largo cuello estirado y las alas desplegadas, volaba decididamente
hacia el oeste. Así, en su colchoncito de plumas, se alejaba el protegido de
Kóoch hacia la tierra salvadora de la Patagonia.
LOS INVENTOS DE ELAL
Dicen los tehuelches que la Patagonia era sólo hielo y nieve cuando el cisne
la cruzó, volando, por primera vez. Venía de más allá del mar, de la isla
divina donde Kóoch había creado la vida y donde había nacido el pequeño Elal,
a quien cargó sobre su blanco lomo hasta depositario sano y salvo en la
cumbre del cerro Chaltén (1).
Dicen también que detrás del cisne volaron el resto de los pájaros, que los
peces los siguieron por el agua y que los animales terrestres cruzaron el
océano a bordo de unos y de otros. Así la nueva tierra se pobló de guanacos,
de liebres y de zorros; los patos y los flamencos ocuparon las lagunas y
surcaron por primera vez el desnudo cielo patagónico los chingolos, los
chorlos y los cóndores.
Por eso Elal no estuvo solo en el Chaltén: los pájaros le trajeron alimentos
y lo cobijaron entre sus plumas suaves. Durante tres días y tres noches,
permaneció en la cumbre, contemplando el desierto helado que su estirpe de
héroe transformaría para siempre.
Cuando Elal comenzó a bajar por la ladera de la montaña le salieron al
encuentro Kokeske y Shíe, el Frío y la Nieve. Los dos hermanos que hasta
entonces dominaban la Patagonia lo atacaron furiosos, ayudados por Máip, el
viento asesino. Pero Elal ahuyentó a todos golpeando entre sí unas piedras
que se agachó a recoger, y ése fue su primer invento: el fuego.
Cuentan que Elal siempre fue sabio, que desde muy chiquito supo cazar
animales con el arco y la flecha que él mismo había inventado. Que ahuyentó
al mar con sus flechazos para agrandar la tierra, que creó las estaciones,
amansó las fieras y ordenó la vida. Y que un día, modelando estatuillas de
barro,
creó a los hombres y las mujeres, los tehuelches. A ellos, a sus chónek, les
confió los secretos de la caza: les enseñó a diferenciar las huellas de los
animales, a seguirles el rastro y a poner los señuelos, a fabricar las armas
y a encender el fuego. Y también a coser abrigados quillangos, a preparar el
cuero para los toldos hasta dejarlo liso e impermeable... y tantas, tantas
otras cosas que sólo él sabía.
Cuentan que hasta la Luna y el Sol están donde están por obra de Elal, que
los echó de la Tierra porque no querían darle a su hija por esposa. Y que el
mar crece con la luna nueva porque la muchacha, abandonada por el héroe en
el océano, quiere acercarse al cielo, desde donde su madre la llama. Y
también que si no fuera porque una vez, hace muchísimo tiempo, cuando
hombres y animales eran la misma cosa, Elal castigó a una pareja de lobos de
mar, no existirían el deseo ni la muerte. Finalmente Elal, el sabio, el
protector de los tehuelches, dio por terminados sus trabajos. Dicen que un
día, poco antes del amanecer, reunió a los chónek para despedirse de ellos y
darles las últimas instrucciones. Les anunció que se iba, pidió que no le
rindieran honores pero sí que transmitieran sus enseñanzas a sus hijos, y
éstos a los suyos, y aquéllos a los propios, para que nunca murieran los
secretos tehuelches. Y cuando ya asomaba por el horizonte, Elal llamó al
cisne, su viejo compañero. Se subió a su lomo y le indicó con un gesto el
este ardiente. Entonces el cisne se alejó del acantilado, corrió un trecho y
levantó vuelo por encima del mar.
Inclinándose sobre el ave que lo llevaba y acariciando su largo cuello, Elal
le pidió que le avisara cuando estuviera cansado. Cuando el cisne se
quejaba, Elal disparaba una flecha hacia abajo, y con cada flechazo surgía
en el agua una isla donde era posible posarse a descansar.
Dicen que varias de esas islas se distinguen todavía desde la costa
patagónica, y que en alguna de ellas, muy lejos, adonde ningún hombre vivo
puede llegar, vive Elal. Sentado frente a hogueras que nunca se extinguen,
escucha las historias que le cuentan los tehuelches que, resucitados, llegan
cada tanto para quedarse con él, guiados por el magnánimo Wendeunk.(*)
(*) Fuente:
Leyendas de
la Patagonia,
Arnoldo Canclini compilador, Ed. Planeta.
(1) El cerro Chaltén, ubicado en la zona cordillerana de la provincia de
Santa Cruz, en la Patagonia Argentina es conocido actualmente como cerro
Fitz Roy. |